Hace 17 años, cuando estudiaba Arte en Cerro Alegre, el ambiente era festivo, había murales, galerías con artesanía y turistas conociendo la ciudad; era como un carnaval en que las casas eran volantines pegados a los cerros. Hoy, el ánimo ha cambiado y parece que el cuidado del patrimonio es incompatible con las crisis socioeconómicas. El miedo y la violencia se apoderan de los lugares que amaba recorrer.
Lo que conforma la belleza del paisaje porteño es parte de la identidad de sus habitantes: los ascensores, los chinchineros, los trolebuses, los museos, las casas coloridas, todo eso que no debemos permitir que desaparezca, pues la preservación del patrimonio es la demostración del amor que el Estado y la ciudadanía expresa por su tierra, en este caso, llena de historias y colores.
Sonia Martínez Moreno
Académica Licenciatura en Historia U. Andrés Bello, Sede Viña del Mar
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