Es hora de decirlo sin rodeos: la salud sexual de las personas mayores en Chile está en crisis, y el culpable principal es el viejismo, esa discriminación soterrada que insiste en invisibilizar el deseo, el placer y la intimidad en la vejez. El aumento alarmante de enfermedades de transmisión sexual (ETS) en personas mayores chilenas no es una coincidencia, sino una consecuencia directa de una sociedad que prefiere mirar para otro lado cuando se trata de sexo en la tercera edad.
Aún persiste la absurda idea de que el deseo sexual se apaga con la jubilación, como si los cuerpos dejaran de sentir, de buscar compañía o de explorar nuevas formas de placer. Pero las estadísticas nos gritan lo contrario. El VIH, la sífilis, y la gonorrea no se están tomando vacaciones entre los mayores, y no es porque hayan decidido repentinamente vivir al límite, sino porque se les ha negado la información y los recursos para protegerse.
¿Por qué en pleno siglo XXI seguimos actuando como si las personas mayores no tuvieran sexo? ¿Por qué nos horrorizamos ante la idea de que puedan disfrutar de su sexualidad, pero nos quedamos callados cuando los números nos muestran que la falta de educación sexual está costando vidas? El viejismo nos ha llevado a este punto, y si no lo enfrentamos, los resultados seguirán siendo devastadores.
La falta de campañas de prevención dirigidas a personas mayores es un acto de negligencia estatal. Pero no es solo el Estado el que ha fallado, sino también las familias, los médicos, y todas aquella personas que prefieren pensar que el sexo es cosa de jóvenes. Los preservativos no tienen fecha de caducidad según la edad del usuario, y la información sobre prevención de ETS debería ser universal, no un secreto bien guardado entre generaciones más jóvenes.
Es hora de romper este ciclo de silencio y negación. Necesitamos campañas que hablen directamente a las personas mayores, que les proporcionen las herramientas para cuidar su salud sexual, y que desafíen el estigma que las ha mantenido en la oscuridad. Necesitamos médicos que pregunten sobre la vida sexual de sus pacientes mayores sin sonrojarse, y necesitamos políticas que reconozcan que el derecho al placer y a una vida sexual saludable no se pierde con las canas.
El placer no tiene edad, y tampoco debería tenerlo la protección. Dejemos de actuar como si la vejez y el sexo fueran mutuamente excluyentes, y empecemos a hablar de salud sexual en todas las etapas de la vida. Porque hasta que no lo hagamos, las ETS seguirán ganando terreno, y nosotros seguiremos siendo responsables de una crisis que podría haberse evitado.
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