La narcocultura se inserta dentro de varios movimientos propios de esta época, o de los tiempos relativamente recientes. Existe cierto grado de colonización desde el ámbito penitenciario hacia el resto de la sociedad, que adopta parte de sus costumbres. Se refiere a la influencia clara que el mundo del narcotráfico ejerce sobre el resto de la población, entendiéndolo más allá de la transacción o del consumo de drogas como tal, al que quiere reducirlo el enfoque tradicional; éste ignora que la narcocultura impone un estilo específico, en que los elementos simbólicos son esenciales: consumo y pautas de consumo, estatus y exhibición de los símbolos de estatus.
La narcocultura una base estética propia, que sustentan “el etilo”. Es decir, no existe una separación entre los contenidos del narcotráfico con lo que sirve de soporte a aquel estilo. La narcocultura representa, de esta manera, un desafío a la criminología sociológica tradicional, que ha tendido a subestimar el papel de la cultura en la delincuencia (salvo en el caso de las teorías de las subculturas, pero que siguen sendas propias de las décadas de 1950 a 1970). Entre otras cosas, hoy debemos mirar al despliegue de las emociones, sobre todo al hecho de estar actuando para públicos.
Hay que localizar este problema en el contexto actual: el de la masificación de la información en una era digital y su despliegue en plataformas virtuales de diverso tipo, en las que prima la instantaneidad y la ductilidad de los públicos. Con el proceso de globalización desde principios de los años 90, y sobre todo con la universalización de Internet en el siglo XXI, nos ponen en un escenario que la criminología tradicional no pudo siquiera concebir en sus implicaciones.
Sobre la narcocultura y su difusión en la juventud a través de la música, citando a Umberto Eco, podemos preguntarnos: ¿somos apocalípticos o integrados? Apocalípticos serían los que ven pura negatividad y apología del delito, esto es, una relación inmediata entre música de narcos y criminalidad. Integrados, en cambio, los que minimizan el riesgo, aduciendo que en toda cultura juvenil hay transgresión y simulacro, pero sin que ello se traduzca en delincuencia propiamente dicha. Yo me decanto por una posición intermedia, pero más cercana al apocaliptismo. El error, nuestro error, ha sido subestimar los problemas de estilo en la delincuencia común y en la difusión del crimen organizado. Por eso, coincido con Alberto Mayol y su crítica a la inclusión de “Peso pluma” en el Festival de Viña. Quienes crean que todo eso es algo inocuo o irrelevante, se han enterado de muy poco de lo que se viene discutiendo en la criminología contemporánea en los últimos 30 años.
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